"Nadie escuchó el último secreto", su segundo libro, nació para explorar los alcances de las microhistorias. El poder de síntesis y la influencia de Twitter y Facebook.
Le alcanzan cinco, a veces ocho, nunca más de cincuenta palabras. Ajustadísimo a la búsqueda expresiva, Agustín Marangoni arribó a la orilla del microrrelato. Y no se quedó en las inmediaciones: encaró hacia adentro. Con el gran desafío de decir algo con poco, construyó “Nadie escuchó el último secreto” (La bola editora), un libro de pequeños textos que nació amparado en la atracción de la síntesis.
“Comprobó atónito que el fin del mundo era una esquina” se lee en la página cien. O “Se acercó sigilosamente y con un palo frenó la rueda del destino”, escribe más adelante. “Jesús en el huerto tuvo una pesadilla: Poncio Pilato no lo condenaba”, dice otro.
Ingenio, absurdo, humor y la sugerencia de acertijos se desprenden de estas ciento una microhistorias, que aparecen separadas en cuatro temas: Infancia, Policiales, La Biblia y Mundos posibles. Acaso una suerte de trayecto vital que enhebra la voz del narrador y que el lector debe completar, para cerrar o abrir el sentido.
“Es un género muy delicado, uno está todo el tiempo al borde de hacer algo pésimo”, cuenta el autor, que también es periodista. “Ninguno de esos microrrelatos se convertirá en una novela. Ni en un cuento. Son ideas pensadas para que funcionen en esa brevedad”, aclara.
El escritor Camilo Sánchez celebra en el microprólogo del libro –el segundo de Marangoni- la capacidad del autor de podar el “árbol de palabras” y se encarga de contar la explícita decisión de “editar lo que sobra de cada historia”. Así, esos “brotes”, que señala Sánchez, constituyen el cuerpo del libro, siempre atravesado por el afán de experimentación que parece atravesar al autor marplatense.
“Camilo me envió un texto extenso que hubiese ocupado como cuatro páginas –sigue Marangoni-. El texto era genial y decía cosas muy bonitas sobre el libro, pero me tomé el atrevimiento de insistirle con un microprólogo, quería que todo tuviese el mismo concepto”.
Marangoni se conoce. Como espectador, dice, disfruta “encontrar obras que digan mucho con poco”. Cree que en “la síntesis está la verdadera complejidad” y señala que esa búsqueda de brevedad y precisión encuentra en el microrrelato su “exaltación literaria”. Con esos fundamentos en su cabeza, trabajó durante dos años.
– ¿En qué medida Twitter y acaso Facebook ayudaron al auge y reinado del microrrelato?
– No sé si hay un reinado del microrrelato, lo que sí es verdad es que las redes sociales invitan a escribir corto, y que están entrenando al lector ocasional para leer corto. Sin embargo, el género que más se vende en una librería, por lejos, es la novela. Entonces no es tan lineal la ecuación de que por ser un texto corto es más efectivo o que por empuje de las redes sociales esté alcanzando un auge. Es un género que tiene más de doscientos años de tradición. Es compatible con algunos códigos de las redes sociales y eso lo hace tener, tal vez, un poco más de visibilidad que antes. Pero creo que está lejos de convertirse en un auge o algo por el estilo.
– ¿Que los textos sean breves supone que sean textos leves?
– No necesariamente. Lo breve no tiene por qué ser leve. Lo breve puede tener un peso específico descomunal. Hay historias breves que son una daga que te atraviesa el cuerpo, esa fuerza, justamente, se logra en la brevedad. Existe lo breve que es leve, obvio, y puede estar muy bien hecho. Pero no es la única opción. Profundizar la brevedad, explorarla, permite encontrar recursos literarios que son potencia pura. También está la música: la brevedad a veces se vuelve fría, inerte. El microrrelato bien escrito abre recorridos de lectura y mantiene un ritmo literario. En mi caso, hice todo lo que pude para trabajar el género con el mayor de los respetos.
– ¿Qué le proponés al lector en este libro?
– Si hay algo que desconozco es el lector de este libro. No sé quién puede interesarse en un libro de microrrelatos, no conozco ese circuito. Escribí con la intención de crear historias desde la síntesis. Fueron dos años de escribir, estudiar, corregir y pensar mucho. El lector, creo yo, se va a encontrar con una colección de historias que le permiten expandirse en sus interpretaciones. Esa es mi intención, pero nunca diseñé el libro en busca de alguien o algún colectivo de lectores en particular. Y en relación a si me interesa el lector: sí, me interesa. Por supuesto. No hay obra si no hay nadie para recibirla.
– ¿Los cuatro apartados en que está dividido el libro te ayudaron a resolver el tema del referente, el “de qué estoy hablando”, que puede diluirse en textos tan cortos?
– Podría haber sacado los capítulos, de hecho lo pensé, hubiese funcionado igual porque el hilo conductor del libro es el género. Pero preferí aclarar esas categorías, esos ejes temáticos. Ya que los microrrelatos no tienen título estaba bien una organización en ese sentido, para darles una idea de contención. Un amigo, de los poquísimos que leyeron mis borradores, me lo sugirió y me pareció correcto, además me permitía trabajar los textos con una línea. Cuando dividí los capítulos enfoqué mejor las ideas.
– Al final le pedís al lector que te tache, que te reescriba, una suerte de absurdo: hacer un libro para que termine siendo desautorizado por el lector. ¿No te tomás en serio?
– Me tomo en serio, claro que sí, pero no tanto, no es necesario. Esa última historia puede ser una invitación a romper todo, a desacreditar al autor, a criticar el ego del artista, como decís vos, pero también puede funcionar como una historia independiente. Ya que estamos, te voy a contar por qué ese último relato. Primero porque es el relato ciento uno y a mí me gustan los números impares. Además, responde a una idea que me gustó: que un cuento se escriba y se relate a sí mismo en primera persona. Me pareció interesante como último relato del libro. Y eso del escritor en el busto de bronce es lo más peligroso, destructivo y de elite que le puede pasar a una obra literaria y al arte en general. Ese tipo de legitimaciones, consecuencia de siglos de historia artística encorsetada, ha limitado la creatividad colectiva. Por suerte, de a poco, se está terminando.